Al atardecer, cerca de las 6 de la tarde, las luces comienzan a encenderse en las casas mientras las calles se llenan de aficionados. El ambiente festivo domina: seguidores del Toluca y del América conviven en armonía. Se observan escenas como una mujer con camiseta del América y su esposo con la del Toluca abrazados, cantando juntos, lanzando consignas, bebiendo cerveza y bailando. Los niños, vestidos con disfraces de diablitos, sonríen y disfrutan del evento, acompañados de sus padres.
Desde el Paseo Tollocan, en los portales del centro y en las calles cercanas al estadio, la emoción de los toluqueños por ganar la Copa Libertadores se intensifica. Los hinchas mantienen viva la esperanza, expresando sus pensamientos en cánticos como “Daleee rooo, dale rooo…”, y en las bocinas de los autos se escucha: “Yo sí le voy al Toluca”. Falta poco para que comience el partido y el ánimo se mantiene alto. En las áreas habilitadas con pantallas, la gente se anima aún más, mientras en Colón, cientos de seguidores esperan ansiosos la llegada del equipo tras el juego.
La buena vibra se percibe en cada calle, en cada rostro y en cada corazón. En las inmediaciones del estadio, los franeleros aprovechan la afluencia, administrando las calles con confianza. A pesar de cobrar unos pocos pesos, los asistentes prefieren pagar para evitar daños o robos, resignados pero con buen ánimo.
Más allá, en Colón, la celebración continúa: la gente se cubre con espuma blanca, ondean banderas y se multiplican los gritos y cánticos. La noche se siente suya, la alegría por el fútbol es enorme. A unas cuadras, el autor del relato observa una estrella brillante en el cielo y recuerda, por simple casualidad, que ha tenido la oportunidad de estar en La Bombonera en las once ocasiones en que Toluca ha sido campeón.