La tarde comenzaba a despedirse, con las primeras luces encendiéndose en las viviendas. Eran cerca de las 6 de la tarde y las calles ya estaban repletas de aficionados desde horas antes.
El ambiente festivo predominaba. Las hinchadas del Toluca y del América se mezclaban en un marco de convivencia, con una mujer vestida con camiseta del América y su esposo con la del Toluca, abrazados. Todos cantaban, coreaban consignas, bebían cerveza y bailaban. Los niños, con disfraces de diablitos, sonreían y disfrutaban al lado de sus padres. “Daleee rooo, dale rooo…”, resonaba en repetidas ocasiones.
Desde el Paseo Tollocan, en los portales del centro, y en las calles cercanas al estadio, el entusiasmo de los toluqueños por ganar el torneo se intensificaba. La esperanza y la ilusión por el título estaban presentes en todos: “Se lo ganaron”, “El Alexis Vega y Paulinho la han sudado… ya les toca”, se escuchaba. En las bocinas de los autos, la afición expresaba su apoyo: “Yo sí le voy, le voy al Toluca”. Faltaban pocas horas para el inicio del partido, y el ánimo no decaía. En los espacios para ver las pantallas, también la gente se animaba. Después del juego, muchos aguardaban en el Callejón, ya con cientos de personas congregadas.
La buena vibra se sentía en cada calle, en cada rostro y en cada corazón. En las inmediaciones del estadio, los franeleros aprovechaban para cobrar sus “usuras”: controlaban las calles, pero la gente no se molestaba. “Son solo trescientos pesos, mejor eso que te rayen o te roben las llantas”, decían, resignados, con una sonrisa.
Ya fuera del estadio, la alegría seguía intacta. En Colón, la gente se cubría de espuma blanca, las banderas ondeaban y los cánticos se multiplicaban. La noche era nuestra y la pasión futbolera se sentía en el aire. A unas cuadras, una mirada al cielo reveló una estrella parpadeante. Por esas curiosas coincidencias de la vida, recordé que podría haber estado en La Bombonera las once veces que Toluca ha sido campeón.