Durante décadas, la recolección y venta de chatarra fue un pilar económico en comunidades mexiquenses como Tlachaloya, al norte de Toluca. Los sonidos de quienes vendían colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas y fierro viejo formaban parte del paisaje sonoro local. Sin embargo, hoy en día, esa actividad ha ido perdiendo relevancia y rentabilidad.
Los precios bajos del metal y la competencia con empresas recicladoras han llevado a que muchos trabajadores abandonen el oficio. Samuel, chatarrero de la zona, señala que el kilo de hierro y acero ahora cuesta alrededor de cuatro pesos, incluso con pagos menores si consideran que el material no es de buena calidad.
Para sostener a sus familias, muchos han buscado otras alternativas laborales. Algunos se dedican a la navegación en la presa Antonio Alzate, otros trabajan en transporte público, fábricas o en la construcción. Samuel explica que cuando aumenta el nivel del agua en la presa, el trabajo en las lanchas es mayor, pero cuando disminuye, deben buscar oportunidades en otros sectores.
La intermediación en la recolección ha cambiado. Antes, los chatarreros eran la conexión principal con las recicladoras, pero en los últimos años, algunas empresas comenzaron a recolectar electrodomésticos directamente, eliminando a los chatarreros y reduciendo sus ingresos. Además, muchas personas desechan sus aparatos en los basureros comunes, lo que ha creado un nuevo intermediario: los recolectores de basura, quienes en ocasiones revenden los materiales a precios altos, afectando aún más a los chatarreros.
Darío, otro trabajador de la zona, comenta que la gente a veces vende sus aparatos a los recolectores de basura pensando que ganan mucho, pero luego se dan cuenta de que las recicladoras pagan muy poco. Aunque reconocen que su labor ayuda al manejo de residuos y a la protección del medio ambiente, sienten que nunca ha sido valorada como una actividad importante, a pesar de formar parte de la historia familiar de muchas generaciones.
Los años de prosperidad a través de la venta de metales parecen haber quedado atrás. Las nuevas generaciones ya no consideran este oficio una opción viable tanto desde el punto de vista económico como social. Antes, los niños acompañaban a sus padres y se sentían orgullosos, pero ahora muchos prefieren alejarse de esta labor.
Mientras algunos adultos mayores aún siguen en el oficio, cada vez son menos los que desean relevarles. Sin embargo, en Tlachaloya, algunas mujeres continúan buscando metales en la basura, principalmente hierro y cobre, con la esperanza de obtener hasta 75 pesos por kilo de mejor calidad. Este trabajo es arduo y requiere días de búsqueda para reunir un único kilogramo.
A pesar de las dificultades, la tradición de la recolección de chatarra persiste en la comunidad, formando parte de su identidad y sustento. Sin embargo, la caída en los precios, la competencia del mercado y la falta de reconocimiento social amenazan con que esta actividad quede en la historia de Tlachaloya y sus comunidades.