Durante casi veinte años, una serie de homicidios alteró de manera irreversible la tranquilidad en Florencia y la región de Toscana. Entre 1968 y 1985, el llamado Monstruo de Florencia asesinó al menos a 16 personas, en su mayoría parejas jóvenes sorprendidas en la clandestinidad de sus automóviles en caminos rurales cercanos a la ciudad.
El miedo se instaló en una de las zonas más turísticas y cultas de Italia. La policía incrementó patrullajes, la prensa alimentó el pánico, y cientos de inocentes fueron investigados o señalados a lo largo de las décadas, según recoge People.
El primer caso ocurrió el 21 de agosto de 1968, cuando Barbara Locci y Antonio Lo Bianco fueron encontrados muertos en un coche a poca distancia de Florencia. El esposo de Locci, Stefano Mele, fue condenado por ese homicidio, pero los crímenes continuaron con un patrón similar: víctimas jóvenes, asesinatos en la oscuridad y modalidad violenta.
Desde 1974, los homicidios mostraron un macabro modus operandi: el asesino sorprendía a las parejas en lugares aislados, disparaba con una Beretta calibre .22, con silenciador y munición poco común, y en ocasiones mutilaba a las víctimas femeninas con extrema violencia. Nunca se encontró el arma homicida.
Entre las víctimas figuran, entre otros, Pasquale Gentilcore y Stefania Pettini (1974), Giovanni Foggi y Carmela De Nuccio (1981), Paolo Mainardi y Antonella Migliorini (1982). El último crimen, en septiembre de 1985, fue particularmente escalofriante al enviar partes del cuerpo de una víctima a la fiscalía, demostrando un desprecio absoluto por las autoridades y buscando sembrar miedo.
Florencia, ciudad famosa por su arte y cultura, entró en estado de pánico. Los habitantes modificaron sus costumbres: bares y restaurantes cerraban temprano, las relaciones de pareja se vigilaban, y las rutas rurales dejaron de frecuentarlas. La confianza quedó destruida, y el mito del Monstruo creció junto con la inseguridad social y la incapacidad de las fuerzas policiales para detener los crímenes.
La presión mediática y política obligó a las autoridades a desplegar una de las investigaciones más exhaustivas en Italia. Se interrogaron miles de personas, se analizaron decenas de miles de huellas dactilares, y los expedientes se llenaron de sospechas y rumores. La hipótesis de vínculos con familias de Cerdeña y ajustes de cuentas en la "pista sarda" fueron descartadas. También se consideraron rituales satánicos, por la violencia en las mutilaciones, pero ninguna teoría fue confirmada.
En 1993, el agricultor Pietro Pacciani fue arrestado y condenado por doce asesinatos, pero en 1996 fue absuelto por falta de pruebas sólidas. Sus posibles colaboradores, Giancarlo Lotti y Mario Vanni, también fueron señalados, pero las defensas demostraron graves irregularidades en las investigaciones.
La impaciencia llevó incluso a vincular al caso con el Asesino del Zodíaco, en Estados Unidos, por similitudes en los crímenes, pero sin pruebas concluyentes. Decenas de víctimas colaterales sufrieron acusaciones falsas, familias irreparablemente afectadas, y policías apartados, en una tragedia que se extendió décadas.
En el siglo XXI, la esperanza se renovó gracias a la ciencia forense. En 2022, familiares y abogados promovieron reexaminar viejas muestras genéticas con tecnologías avanzadas. En 2024, la fiscalía anunció que, mediante estas nuevas técnicas, encontraron un perfil genético desconocido en muestras recogidas en tres escenas distintas, que no corresponde a las víctimas ni a los sospechosos históricos.
El caso del Monstruo de Florencia trascendió lo policial y se convirtió en parte de la cultura popular italiana. Libros, películas, documentales y estudios criminológicos han explorado su misterio. La reciente docuserie de Netflix, "El Monstruo de Florencia", estrenada en octubre y dirigida por Stefano Sollima, aborda el terror social y el impacto colectivo que dejó.
El caso también inspiró a autores como Douglas Prestony y Mario Spezi, quienes vivieron en carne propia las acusaciones y amenazas. A día de hoy, el culpable sigue siendo un misterio. La única pista concreta en medio siglo es un ADN desconocido. Mientras la justicia no logre identificarle en rostro o nombre, el enigma del Monstruo de Florencia continuará abierto, permaneciendo como uno de los casos más oscuros y duraderos de la historia criminal italiana.