Los artesanos de Santa María Rayón, reconocidos por sus molinillos y piezas torneadas en madera, enfrentan una crisis debido a la escasez de materia prima y al envejecimiento de quienes mantienen viva esta práctica ancestral.
Nancy Elizabeth Hinojosa Díaz, artesana local, señala que el número de artesanos activos ha disminuido drásticamente, pasando de más de 800 antes de la pandemia a aproximadamente 280 en la actualidad. La mayoría superan los 50 años, incluyendo a su propio padre, de 75 años, quien sigue tallando a pesar de su edad. La joven artesana ha logrado reinventar la tradición familiar, transformando molinillos, trompos y valeros en bisutería artesanal en miniatura, combinando piedras como ágatas y jadelina con hilosmulticolores.
No obstante, la falta de madera adecuada limita su creatividad. La madera verde requiere al menos un mes de secado y su obtención se ha complicado por el aumento en el costo de transporte, la escasez y el cambio climático, que afectaron principalmente especies como el aile, esencial para los productos, presente en municipios como Ocuilan y Villa Guerrero.
Por su parte, Eduardo García Serrano, de 20 años, se dedica desde hace tres a perfeccionar la técnica del torno de violín, un método complejo que requiere coordinación extrema. Él recuerda que su abuelo mantenía a su familia con la venta de molinillos, pero hoy esa técnica está en peligro de extinción.
Con estudios en Relaciones Económicas Internacionales, García Serrano sueña con exportar artesanías de madera mexicanas de forma sustentable. Reconoce la falta de apoyo estatal y afirma que, aunque recibe respaldo local, necesita más difusión, apoyo económico y capacitación para rescatar su tradición.
Mientras tanto, continúa tallando piezas que varían desde utensilios de cocina hasta bisutería, con productos que pueden venderse desde 250 hasta 5 mil pesos, dependiendo de su complejidad y tiempo de elaboración.
Nancy destaca que eventos organizados por instituciones como el Instituto de Investigación y Fomento de las Artesanías (IIFAEM) o el Instituto Mexiquense del Emprendedor (IME) son útiles, pero insuficientes. Propone una estrategia integral que involucre escuelas, talleres y mercados para garantizar la supervivencia de esta tradición.
Ambos coinciden en que la clave está en sembrar esta tradición en las nuevas generaciones. Nancy sugiere que las escuelas abran espacios para que los niños conozcan la riqueza de su comunidad y que el molinillo sea visto no solo como un objeto, sino como un símbolo de identidad y historia, que requiere un futuro para seguir vivo.