Julián Weich comparte cómo la sensibilidad excesiva, inicialmente vista como una dificultad, se transformó en su canal de altruismo y autoconocimiento, marcando un punto de inflexión en su vida diez años después de debutar en la televisión. Desde su infancia en Belgrano, caracterizada por una 'infancia infeliz' y un carácter ciclotímico, Weich experimentó una percepción aguda de las apariencias familiares y vínculos, lo que generó angustia y una sensación de falsedad en las relaciones. Sus padres, Nilda, bailarina del Teatro Colón y obstetra, y Bernardo, actor y administrador, influenciaron desde diferentes ámbitos, pero ninguno logró la plenitud, dejando heridas internas que Julián finalmente enfrentó en su madurez.
Su atención a la dificultad en su relación con su padre, a quien describe como una persona que cargó con un gran descontento y angustia interna, lo motivó a buscar un camino que le otorgue paz interior. Esto le llevó a abandonar su interés por una carrera en ingeniería y a dedicarse al teatro y la actuación, motivado por el deseo de ser reconocido y querido, llenando vacíos emocionales.
Pero el éxito profesional le trajo una depresión silenciosa que experimentó en los años 96 a 2001, y que lo llevó a buscar ayuda profesional y medicarse. Con el tiempo, inclinó su mirada hacia una espiritualidad que empezó a explorar con autores como Brian Weiss y prácticas como la meditación, yoga y el estudio de símbolos ancestrales. Este despertar espiritual le otorgó una perspectiva más profunda sobre la felicidad, el amor y el bienestar, desvinculándose de la necesidad de la fama para encontrar sentido.
Su compromiso social se ha ampliado en los últimos años, participando activamente en ONG y proyectos de ayuda humanitaria, como la tutoría de jóvenes mozambiqueños con necesidades extremas. La experiencia de cuidar a su hijo Jerónimo, quien emprendió un viaje a buscar una vida más sustentable en Córdoba y con quien reafirmó su búsqueda espiritual, fue otro momento crucial para su transformación. La relación con su familia, a la que considera en paz y sin deudas emocionales, culminó en un acto de sinceridad donde pidió perdón a sus hijos por errores pasados, fortaleciendo sus lazos.
Su filosofía de vida actual se centra en vivir en paz, en el presente, valorando las experiencias momentáneas en lugar de buscar una felicidad absoluta. Ha eliminado la dependencia de la fama y del reconocimiento superficial, privilegiando el compromiso social y el crecimiento personal. En su visión, la solidaridad y el amor propio son prácticas que se aprenden y se integran en la cotidianeidad, con la conclusión de que la verdadera felicidad reside en la forma en que uno administra lo que tiene, en la sencillez y en la aceptación del cambio constante.