La atención y cuidado en la infancia: clave para combatir la soledad y las agresiones

Por: Equipo de Redacción | 04/11/2025 23:01

La atención y cuidado en la infancia: clave para combatir la soledad y las agresiones

En nuestras habitaciones, aulas, patios y en la virtualidad, las agresiones y la soledad en niños y adolescentes siguen en aumento. ¿Será que hemos permitido que se queden demasiado solos en un multiverso digital sin reglas ni regulaciones? La indiferencia, que implica mirar hacia otro lado, parece estar presente, quizá debido al agotamiento y la rutina que nos alejan de esas escenas importantes. ¿Qué pasa con nuestro rostro, con nuestra presencia, y con nuestro rol de adultos protectores en estos momentos?

La capacidad de ponerse en el lugar del otro y preocuparse genuinamente por su sentir es fundamental para un desarrollo emocional saludable. Esa empatía permite establecer relaciones significativas, amar, colaborar, crear lazos de amistad sólidos, y mantener una vida saludable. Cuando la indiferencia o la falta de conciencia sobre las consecuencias de nuestros actos aparecen en las escenas escolares, tanto presenciales como digitales, es momento de reflexionar sobre nuestra función como adultos y cómo podemos acompañar a los niños, ya que la relación de cuidado siempre es asimétrica.

Desde el nacimiento, la presencia de un otro que acompaña y está disponible es esencial para la formación del niño. La interacción temprana con la madre, el padre y la familia permite construir un saber conjunto. Se escucha, se acoge, se decodifica y se juega con el niño, estableciendo un vínculo que fomenta el deseo de mirar y aprender. La mirada, a diferencia de la vista, es una construcción social y voluntaria, que facilita la comunicación y la comprensión mutua. Es la primera forma en que el bebé sabe que hay alguien más.

Existen motivos sólidos para afirmar que la preocupación y el cuidado surgen en etapas tempranas del desarrollo emocional, como señaló Winnicott, quien estudió estas capacidades y las relacionó con la infancia. La preocupación en este contexto implica que el niño empieza a sentir que le importa y cuida a otros, asumiendo cierta responsabilidad, aunque todavía no puede hacerse completamente cargo de ella. Este proceso requiere de un ambiente facilitador y de una atención materna y familiar adecuada.

Si el cuidado continúa, el niño desarrolla la capacidad de reconocer y reparar las consecuencias de su agresión sobre objetos y personas queridas, experimentando una ‘inquietud’ que puede transformar en reparación, siempre con una figura materna que pueda sostener sus impulsos. El acompañamiento amoroso y las miradas contenidas les brindan el sostén emocional necesario para madurar. Estas experiencias tempranas, fortalecidas con el tiempo, no solo permanecen en la infancia, sino que acompañan al individuo a lo largo de toda su vida.

Tanto padres como docentes, terapeutas y cuidadores en general, deben formar parte de redes de apoyo, que funcionan como colchones de contención. La idea es entender que nada se puede hacer solo; por ello, es fundamental diseñar redes de cuidado creativas y colaborativas. Estas redes promueven el conocimiento mutuo y la sensibilidad para preocuparse genuinamente por el otro.

En el ámbito escolar, esto se refleja en espacios donde los niños pueden expresar sus emociones y conflictos mediante juegos y actividades lúdicas, que enriquecen su experiencia social y emocional. Los espacios físicos, con rincones temáticos y materiales adecuados como rayuelas, sogas, elásticos y pistas de autos, favorecen la socialización y el aprendizaje de responsabilidades. Para los grados superiores, se proponen actividades más dinámicas, como mímica, tenis de mesa, básquet o juegos reglados, rotando entre diferentes grupos para fomentar habilidades sociales y cooperación.

El trabajo conjunto entre docentes y equipos de orientación permite facilitar estas experiencias, promoviendo la participación gradual y el fortalecimiento de vínculos, habilidades sociales y confianza. Asimismo, desde el hogar, los padres pueden crear espacios de encuentro y recreación, como reuniones informales, charlas, música o cine, donde los niños puedan construir experiencias relacionales a través del juego. Es en el juego, en la interacción espontánea, donde los niños dejan y ofrecen experiencias que los enriquecen y fortalecen su sentido de comunidad y cuidado mutuo.