La campaña electoral de las próximas elecciones legislativas de medio término ha llegado a su fase final en un contexto de profunda crisis política, económica y social en Argentina. A solo siete días de los comicios y cinco del inicio de la veda electoral, sorprende la mediocridad de las campañas, marcadas por la falta de debates significativos y estrategias claras, reflejo de un sistema político en decadencia cuya podredumbre también afecta a los sectores libertarios.
La turbulencia económica, las incertidumbres cambiarias y las fracturas internas del oficialismo, que sufrió una dura derrota en las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre, han condicionado el tono y las expectativas de la contienda. Lo que en el pasado parecía una estrategia de confrontación cultural por parte del oficialismo, se ha transformado en una postura defensiva, atrapada en una serie de escándalos por corrupción y una marcada pérdida de control sobre la agenda política.
Por su parte, la oposición, principalmente por los errores, improvisaciones y autoboicots del oficialismo, ha pasado a la ofensiva en el Congreso, poniendo en duda la gobernabilidad del país. El enfrentamiento con los gobernadores otrora dialoguistas refleja una arquitectura electoral torpe y ambiciosa, que pronto tuvo que confrontar con la realidad.
En apenas meses, Javier Milei ha transitado de un discurso de ataque y fortaleza a uno de fragilidad y zozobra. La elección, que inicialmente fue vista como un gran plebiscito y una oportunidad para proyectar la imagen del oficialismo como vencedor contra el kirchnerismo, ahora se presenta como un escenario con metas más modestas. Milei, que salió de Washington con respaldo de Estados Unidos, intenta usar esa estrategia para seguir polarizando con el kirchnerismo y evitar que se le escape el apoyo popular, en medio de una segunda recesión en dos años.
El apoyo internacional, aclarado por el expresidente Donald Trump en términos condicionados, genera un escenario de incertidumbre sobre el resultado del domingo y la gestión que hará el oficialismo. Milei consiguió un impulso, pero también enfrenta la presión de cumplir con expectativas de gobernabilidad para el segundo tramo de su mandato.
El resultado será interpretado de múltiples formas: ¿pesarán más los votos a nivel nacional, los distritos ganados, o la relevancia de los legisladores electos? Milei ya anticipó que buscará consolidar un tercio de las cámaras para poder vetar leyes, bloquear decretos y evitar un posible juicio político. Sin embargo, lo que suceda en las urnas determinará qué relato prevalecerá, con consecuencias inmediatas en las políticas públicas, la economía y el escenario político.
Los mercados, que ya han respondido a las tensiones, hablarán nuevamente este lunes, exigiendo señales claras del gobierno para reconfigurar su estrategia y buscar consensos con la oposición. Descartadas victorias rotundas y derrotas aplastantes, el oficialismo deberá depender de alianzas con el PRO y otros sectores para sobrevivir, y, sobre todo, demostrar una voluntad de cambio en su estilo de gestión y en la apertura al diálogo.
El día después de las elecciones será crucial para resolver si el gobierno abandona su cerrazón y avanza hacia un enfoque más dialogante, o si continúa en la intransigencia que ha caracterizado su mandato. Hasta ahora, los gestos han sido escasos y confusos, con pocos contactos con actores de la oposición y promesas indefinidas de cambios en el gabinete, que sólo han alimentado las internalidades en la Casa Rosada.