Durante los siglos XVI y XVII en Francia, se llevaron a cabo juicios que marcaron la percepción social sobre la licantropía femenina, es decir, la transformación de mujeres en lobos. Estas acusaciones, impulsadas por la combinación de creencias demonológicas, misticismo y misoginia, involucraban delitos como ataques a niños y canibalismo, y fueron motivadas tanto por el temor social como por la necesidad de mantener un orden religioso y patriarcal.
Las autoridades eclesiásticas y civiles investigaron a decenas de mujeres, muchas de las cuales eran viudas, curanderas, pobres o quienes escapaban de las normas sociales. Los registros y manuales de demonología de la época señalan que la creencia sostenía que solo el Diablo podía conferir tal poder de transformación, y que estas mujeres —además de hombres— eran acusadas de pactar con fuerzas demoníacas y adoptar formas animales, principalmente en lobas.
El lobo en la cultura rural representaba la amenaza nocturna, el peligro para los rebaños y los niños. Asociar a una mujer con el animal simbolizaba una transgresión monstruosa de los roles de género, alimentando la percepción de que eran seres peligrosos y descontrolados, justificación para severos castigos.
Testimonios y acusaciones en estos procesos a menudo eran tomados bajo tortura y contenían confesiones de devorar carne humana, en especial la de niños pequeños. Estas declaraciones se insertaban en la narrativa demonológica, en la que la metamorfosis, los pactos con el Diablo, los vuelos nocturnos y los sacrificios rituales eran elementos recurrentes. La presencia de garras, hocicos y piel de lobo en las declaraciones funcionaba como pruebas del pacto infernal.
Las regiones donde estos juicios fueron más frecuentes coincidían con las oleadas de persecución contra brujas. Los procesos solían involucrar a grupos de acusados, hombres y mujeres, juzgados por transformaciones y ataques bajo apariencia de lobos. La finalidad de estos casos no solo era la justicia, sino también actuar como ejemplo para la comunidad, alertando sobre los supuestos peligros de transgredir las normas religiosas y sociales.
El motivo del canibalismo, especialmente la acusación de devorar niños, ponía de manifiesto la inversión radical del ideal materno-cristiano, que promovía protección y cuidado. La mujer-lobo, entonces, simbolizaba la amenaza total a ese modelo, una figura monstruosa que destruía en lugar de cuidar, reforzando así el miedo colectivo y justificando medidas extremas.
Desde la perspectiva médica, algunos tratadistas del siglo XVII interpretaron la licantropía como un trastorno mental o una melancolía, más que como una transformación literal. Sin embargo, esta visión coexistía y a menudo complementaba la narrativa judicial y religiosa.
Con el avance del pensamiento racional y el escepticismo ilustrado, los juicios por licantropía decrecieron en el siglo XVII. Sin embargo, la figura de la mujer-lobo persistió en el folclore, la literatura y la cultura popular, demostrando que el mito nunca desapareció realmente, sino que se transformó y mantuvo vivo en diferentes manifestaciones.
Este análisis revela cómo justicia, religión y cultura popular convergieron en la persecución de la alteridad y en la construcción de un símbolo colectivo de miedo hacia lo diferente y lo animal, sirviendo en aquel entonces como una herramienta para reforzar un orden social rígido y autoritario.