Desde el 28 de septiembre, los panteones otomíes de Toluca cobran vida con pétalos de cempasúchil y senderos dorados que guían a los angelitos, como llaman a los niños difuntos en esta comunidad, quienes regresan acompañados de San Miguel Arcángel.
En localidades como San Andrés Cuexcontitlán, San Pablo Autopan y San Cristóbal Huichochitlán, las familias llegan temprano para limpiar, regar y adornar las tumbas y cruces, siendo parte de una tradición que se transmite de generación en generación desde hace más de un siglo.
El 29 de septiembre se celebra a San Miguel Arcángel, protector de las almas, y la víspera se preparan los cementerios con flores que enlazan la llegada de los difuntos pequeños. El fiscal de parroquia, Juan Carlos Peña, explica que desde tiempos ancestrales se llama a estos niños 'los muertos chiquitos' y que el color del cempasúchil ayuda a elevar sus almas al cielo.
Muchas familias cultivan sus propias flores, dedicando espacios en sus parcelas desde mediados del año para ahorrar y preparar los arreglos con pericón, cempasúchil, nube y alhelíes, que adornarán las tumbas.
Susana, una devota otomí, destaca que la tradición va más allá del ritual: 'No solo es una costumbre, sino algo que llevamos en el corazón. Convivimos con ellos, aunque ya no estén físicamente, espiritualmente los acompañamos'.
Las misas en honor a San Miguel, celebradas en la tarde, reúnen a los vecinos con incienso, veladoras y luces de pericón en las casas, símbolos de protección y responsabilidad comunitaria para mantener el respeto y las tradiciones, siguiendo las enseñanzas ancestrales.
En el panteón, entre rezos en otomí y español, convivimos con aromas a copal y flores frescas, en una celebración que fusiona raíces prehispánicas con la influencia católica traída por los frailes, que aún perdura.
El cempasúchil, cuyo nombre náhuatl significa 'veinte flores', representa la fuerza del sol y en esta tradición otomí simboliza la iluminación del camino de los niños difuntos, acompañados por San Miguel. Durante el otoño, los pétalos se esparcen en senderos luminosos que unen la entrada con las tumbas, marcando el camino de regreso a casa.
Los colores vivos transforman los espacios de descanso en lugares vibrantes. Para muchas familias, sembrar y adornar con cempasúchil es un acto de memoria y compromiso con su herencia cultural.
A pesar de los desafíos, como la pandemia y la tendencia a la cremación, las comunidades otomíes mantienen viva esta costumbre de acudir a los panteones, con contribuciones comunitarias para ampliar los cementerios y garantizar un espacio para las futuras generaciones.
Para los otomíes, la celebración de San Miguel no es solo un preludio del Día de Muertos, sino una forma de preservar un legado que une lo religioso y ancestral, lo familiar y lo comunitario. Es un instante para reencontrarse con los seres queridos, compartiendo flores, rezos y recuerdos.
La memoria popular sostiene que San Miguel Arcángel protege y guía a las almas infantiles, asegurando que nunca pierdan el camino de regreso a casa.