Revolución Industrial en Gran Bretaña: transformación urbana, laboral y social que marcó un cambio radical

Por: Equipo de Redacción | 18/10/2025 08:00

Revolución Industrial en Gran Bretaña: transformación urbana, laboral y social que marcó un cambio radical

Entre 1760 y 1840, la Revolución Industrial en Gran Bretaña transformó profundamente la vida cotidiana, impulsada por el avance de las máquinas a vapor y la mecanización de la producción. Este proceso provocó una migración masiva hacia las ciudades, donde, aunque se prometía empleo, la desigualdad y las condiciones precarias se agudizaron, según documenta la enciclopedia World History Encyclopedia.

El país experimentó un crecimiento demográfico sin precedentes: su población creció de seis a veintiún millones entre 1750 y 1851, y ciudades como Londres y Manchester multiplicaron su número de habitantes en pocas décadas. El censo de 1851 reveló que, por primera vez, la mayoría de los británicos vivía en áreas urbanas.

Este fenómeno aceleró la urbanización, facilitando matrimonios a edades más tempranas en las ciudades que en zonas rurales. Para 1800, en el Lancashire urbano, el 40% de los jóvenes de 17 a 30 años estaban casados, frente al 19% en el campo. Sin embargo, esta rápida expansión generó hacinamiento y condiciones insalubres: familias compartían viviendas deficientes, y en Liverpool, unas 40,000 personas vivían en sótanos, con un promedio de seis personas en cada uno. La falta de servicios básicos facilitó epidemias de tifus y cólera en los años 1831, 1837, 1839, 1847 y 1849.

Aunque la esperanza de vida general mejoró gracias a mejores dietas y vacunaciones, la mortalidad infantil seguía alta, superando en ocasiones el 50% en menores de cinco años. La vida urbana favoreció la criminalidad y el anonimato, y la pobreza se hacía visible en las calles, con niños mendigando o trabajando como limpiabotas, en un contexto de asilos para pobres instaurados en 1834 que ofrecían condiciones duras con la intención de desalentar la dependencia social.

A pesar de los desafíos, persistió un fuerte sentido de comunidad en barrios obreros y zonas mineras, donde actividades colectivas fortalecían el sentido de pertenencia. El panorama laboral también cambió radicalmente: hombres trabajaron en minería, fábricas mecanizadas, construcción naval y ferrocarriles, aunque en empleos no calificados y con maquinaria que relegó oficios tradicionales.

Los salarios se estabilizaron, pero los trabajos eran monótonos y peligrosos. Los sindicatos emergieron para defender derechos laborales, pese a que estuvieron prohibidos entre 1799 y 1824 y inicialmente solo representaban a trabajadores calificados, excluyendo a mujeres y niños.

Las mujeres ingresaron masivamente a la industria textil, siendo la mitad de la fuerza laboral en el sector del algodón en 1818, aunque con salarios mucho menores que los de los hombres. En minas, las mujeres trasladaban cargas de carbón en condiciones insalubres, hasta que en 1842 se prohibió el trabajo subterráneo de menores y mujeres en esa industria.

El trabajo infantil caracterizó la época: al menos la mitad de los niños en edad escolar trabajaban a tiempo completo, desde los cinco años, en tareas peligrosas como arrastrar carbón o limpiar maquinaria, representando hasta un 50% de la mano de obra en fábricas y hasta la mitad en minería. Sus salarios, sumamente bajos, distaban mucho de los de adultos.

La educación fue relegada, y solo en la década de 1870 se estableció la escolarización obligatoria para niños de cinco a doce años. La alfabetización creció gradualmente gracias a la disponibilidad de libros y periódicos accesibles.

La estructura social se polarizó: la élite mantenía su poder mediante la propiedad de tierras y capital en empresas, bancos y proyectos de infraestructura. Para 1876, el 95% de la población no poseía tierras, y la concentración de riqueza fue evidente. La intervención estatal en asuntos laborales fue mínima, sin salario mínimo ni protección laboral efectiva, y las largas jornadas deterioraban las condiciones de vida.

La movilidad social también se volvió difícil, con pocos que podían acceder a educación o capacitación. La esperanza de vida variaba notablemente: en 1842, los fabricantes y clases altas vivían en promedio 44 años, los comerciantes 27 y los obreros apenas 19.

Por otro lado, surgió una clase media urbana, que hacia 1800 constituía el 25% de la población, y que habitaba en suburbios más saludables, con recursos para contratar personal y educar a sus hijos. El acceso a bienes de consumo y formas de ocio, como restaurantes y teatros, creció en estos sectores.

Desde la década de 1830, la moral victoriana y los movimientos reformistas promovieron ideas de 'mejorar' a las clases bajas, reflejadas en instituciones como la National Society for Promoting the Education of the Poor, fundada en 1811. Sin embargo, las reformas sociales y laborales fueron lentas y limitadas. La educación obligatoria y las protecciones laborales efectivas solo se consolidaron tras el fin de la Revolución Industrial. El arte y la literatura, como 'Oliver Twist' de Charles Dickens, sensibilizaron a la opinión pública sobre las condiciones de los niños y los pobres.

A pesar de las desigualdades y las dificultades iniciales, el nivel de vida promedio aumentó aproximadamente un 30% durante la Revolución Industrial. Este progreso benefició principalmente a las clases bajas a partir de los años 1830. La exposición pública a la pobreza y la infancia desprotegida impulsó cambios culturales y políticos, aunque las reformas estructurales para una protección efectiva solo llegaron después de este período, concluye World History Encyclopedia.